Tuesday, July 31, 2007


Ha muerto Bergman y ha muerto Antonioni y a mí que me duelen la muerte de los artistas más que las de los políticos, más que las de los deportistas, más que las de los académicos, me atormenta saber que no estarán más estos dos genios recreando sus mundos en la mágica pantalla del cine.

Ha muerto Bergman, el creador de una de las más bellas escenas jamás filmadas en la historia del cine. La escribió en la cama de un hospital mientras reflexionaba sobre el papel del arte en la vida. Elisabeth Vogler (Liv Ullman, su futura esposa) se encuentra recluida en hospital mental, fruto de una crisis nerviosa. Sola, en su habitación observa en el televisor a un monje budista quemarse vivo en Vietnam; en ese instante, Elisabeth, quien permanecía muda por su crisis nerviosa, grita angustiosamente, como si el dolor del monje budista lo viviera ella pero sin sentir la resignación con la que el mártir ofrendó su vida. Gracias al talento de Bergman y Ullman, uno siente el dolor de Elisabeth, lo siente incluso más fuerte que el del monje; uno lo siente como un millón de escarchas en el cuerpo y no como un hecho más de lo cruel que es la vida reportada en un noticiero.

Ha muerto Bergman, quien en su lecho de enfermo escribió que el arte era como una piel de culebra comida por las hormigas. Elisabeth, artista al igual que Bergman, descubre con la muerte del monje las limitaciones de su oficio. Si incinerarse no es suficiente para llamar la atención del público, si quemarse en público no basta para mover los corazones de los hombres, ¿qué puede hacer el arte para conmover a los espectadores? Los gritos de Ullman son los alaridos del cineasta, son la expresión de su desesperación al darse cuenta que toda su vida, el arte, no tiene sentido.

¿Y si el arte no sirve para comunicar ideas, si el cine no puede conmover los corazones, qué esperanzas tenemos los seres humanos? ¿Acaso, quizás, nuestro único recurso sea la guerra y nuestra única razón sea la del fusil y la de las bombas? Lo paradójico es que la obra de Bergman prueba que el mensaje de su más magistral escena no es cierto, porque si Persona logra hacernos sentir el dolor de Elisabeth más que el del monje, si a través de las imágenes captadas por la cámara mágica del cineasta podemos vivir con más dolor el padecimiento de Elisabeth, entonces, quizás, sea porque el arte, al menos en las manos de genios como Bergman, no es una culebra muerta comida por las hormigas, sino un mágico recurso que nos transforma sin necesidad de violentarnos.

Para la próxima entrega de Sollim en el cinematógrafo... Homenaje a Antonioni.

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